Cuando mi esposo y mis hijos israelíes se van de vacaciones, su idea de diversión es hacer siempre algo extremo.

Hacer snowboard (fuera de la pista), buceo en arrecifes, navegar en kayak por un arroyo angosto en un territorio donde hay osos, escalar una montaña rocosa o, mejor aún, saltar desde una.

Como británica cautelosa de nacimiento, siempre me aseguro de llevar un libro para leer.

Así es que no fue una sorpresa que cuando viajamos hace unos años con nuestros hijos mediano y menor a Costa Rica. y comenzamos nuestro viaje en el Parque Nacional Arenal (un lugar hermoso con un volcán activo), mi esposo decidió de inmediato que teníamos que hacer una caminata en el Cerro Chato.

Con dudas, busqué ese nombre en la guía.

“Esta es la caminata más desafiante de la región”, decía. “El sendero está en mal estado y debe considerarse una caminata extrema con un nivel difícil. Prepárese para extenuantes caminatas cuesta arriba y abajo sobre terrenos arduos”.

“¿Estás seguro?” Le pregunté. “Dice que tienes que estar en buena condición física”. Agregué.

“Ey, estás en muy buena forma”, me respondió.

Al día siguiente le preguntamos a la recepcionista del hotel por dónde empezar la caminata y nos pusimos en marcha.

“Cuidado con las serpientes”, gritó alegremente detrás de nosotros. “A veces crees que estás agarrando la rama de un árbol, ¡pero en realidad es una serpiente!”. Dijo.

Los chicos pensaron que era gracioso. Yo, no tanto.

El volcán Arenal. Foto: Nicky Blackburn

Después de un paseo placentero por el hermoso parque Arenal, llegamos a la base del Cerro Chato, un volcán que hoy está inactivo.
De repente el camino dio un giro hacia el tipo de bosque oscuro e impenetrable que acecha en los cuentos de hadas. Y también subió y subió.

Los niños -11 y 16 años en ese momento- salieron corriendo, saltando y trepando por el camino que desaparecía rápidamente.

“Esta no es una ruta”, me quejé mientras los seguía.

Esta no es un ruta (camino de ascenso al volcán Cerro Chato). Foto: Nicky Blackburn

Poco tiempo después estábamos rodeados por un denso bosque, sin poder ver nada más allá de unos pocos metros más adelante, y el sendero seguía y seguía hacia arriba.

Esto no era caminar, era escalar.

Íbamos pasando de raíz de árbol en raíz de árbol. Después de un tiempo, dejé de comprobar si estaba agarrando una rama o una serpiente ya que pensé que los niños gritando ya las habrían ahuyentado a todos.

Tomó un par de horas y fue una de las escaladas más difíciles que he hecho pero de repente salimos de los árboles a un claro que miraba hacia el cono del volcán con un hermoso lago turquesa en el medio.

Fue una vista tan impresionante…

Nos sentamos en el borde, sudorosos, cansados ​​y satisfechos, y observamos cómo la niebla se desplazaba por el cono del volcán.

La niebla se desplaza a través del cono del volcán Cerro Chato. Foto: Nicky Blackburn

Unos 20 minutos después, hubo un ruido detrás de nosotros y, de repente, alguien salió tambaleándose de la maleza a nuestro lado. Estaba empapado en sudor y respiraba con dificultad.

Nos vio sentados allí en paz y una mirada de sorpresa cruzó su rostro.

“¿Cómo?” dijo, inclinándose para tratar de recuperar el aliento. “¿Cómo hicieron esa caminata con niños?”, nos dijo

Todos nos miramos. “Fue más fácil para ellos”, respondió mi esposo.

El hombre se sentó a nuestro lado. Era un ingeniero de alta tecnología de Silicon Valley que viajaba solo a Costa Rica y más allá.

¿De dónde son?” nos preguntó finalmente, desconcertado por mi acento británico y la variedad de acentos extranjeros no identificables que tienen mi esposo e hijos.

“Israel”, dije.

Una mirada de comprensión cruzó su rostro. “Ah, ahora tiene sentido. Dondequiera que vaya, no importa cuán difícil o desafiante sea la escalada, cuando llego a la cima ya hay un israelí allí. En todo el mundo, un israelí siempre llegó antes que yo”, confesó.

Nos reímos de eso pero mientras nos preparábamos para hacer la caminata de regreso – que sorprendentemente fue más difícil que la subida- me di cuenta de que su observación casual había tocado una verdad profunda sobre la sociedad israelí.

Una parte más fácil del sendero Cerro Chato. Foto: Nicky Blackburn

A los israelíes les encantan los desafíos y les encanta viajar. Esa mezcla hace que siempre habrá israelíes escalando cada montaña, vadeando cada río y probando todas las aventuras que puedan.

No es que la gente de otros sitios no haga esto también, es solo que los israelíes lo hacen de forma masiva.
Cuando una viaja por el Lejano Oriente o las Américas, parecería, por la cantidad de turistas, que Israel debe ser del tamaño de Gran Bretaña o Francia, no una nación de solo 9,2 millones de habitantes.

A los israelíes les encanta relajarse en los cafés de Europa pero también es fácil encontrarlos en cantidades absurdamente altas escalando el Kilimanjaro, en el Tíbet, o haciendo puentismo en Nueva Zelanda.

Toco comienza con los Scouts. En Israel, el movimiento de exploradores está dirigido por niños y realizan frecuentes excursiones que implican caminar por el desierto bajo un calor de más de 30 grados centígrados, comer escalopes que ellos mismos cocinaron, acampar durante la noche y hacer otra larga caminata al día siguiente.

Luego está la experiencia del ejército, donde los adolescentes se acostumbran a asumir desafíos físicos y mentales aún más rigurosos.

Y, por supuesto, es la situación geopolítica: no hay nada como las guerras regulares y los ataques con misiles para el que quiere aprovechar el día.

En parte, todo esto es inevitablemente histórico. Israel se fundó luego del Holocausto, y sus ciudadanos sienten el imperativo de vivir la vida al máximo.

Hay muchas razones. Los libros Chutzpah (Jutzpá) y Start-Up Nation: La historia del milagro económico de Israel profundizan mucho más en el espíritu de un israelí que lo que yo puedo hacer en este relato.

Pero todo se reduce a una increíble alegría de vivir. Un entusiasmo por la vida y por vivirla al máximo, que no es posible dejar de admirar y respetar, incluso mientras una tropieza una y otra vez en la caminata por un volcán.

De ese modo es que continuaré viendo a mi familia y amigos desafiarse a sí mismos con las escaladas más duras del mundo y las pruebas y aventuras más complicadas.

Los aplaudiré cuando lleguen a la cima pero siempre me aseguraré de llevar un libro conmigo.