El despertador ni siquiera sonó. La mayoría de las personas diría que aún es de noche, pero para mi esposo Jonny Kuritsky es hora de levantarse.

Kuritsky -así es como lo llamo- lleva ya mucho tiempo fuera de la cama cuando la voz del muecín que sale por los altavoces de la mezquita en el pueblo de Mazra’a al otro lado de la calle flota en el aire.

En las horas oscuras de la madrugada, los chacales aúllan. A las 5 en punto Kuritsky  se sube a su robusto vehículo eléctrico y se va a trabajar a los campos de aguacate de Shavei Zion, el pueblo donde vivimos en el oeste de la Galilea.

Mi esposo trabaja principalmente arriba un tractor, un trabajo soñado para un chico que de niño jugaba en la tierra con remolcadores y camiones. Allí rocía con pesticida a los árboles de aguacate en un plantío de unas 102 hectáreas.

La mayoría de las personas de su edad -acaba de cumplir 70- preferirían jubilarse. Ese no es su plan.

“¿Por qué debería parar? Si puedo subirme a un tractor y hacer un buen trabajo con un poco de experiencia, ¿por qué debería detenerme un número?”, dice Kuritsky, que trabaja con un equipo diverso de hombres que incluye a cuatro árabes israelíes, cuatro judíos israelíes y cuatro trabajadores de Tailandia que están en Israel por períodos de cinco años.
La docena de hombres hablan entre sí en una mezcla de hebreo, árabe, tailandés e inglés.

Jonny Kuritsky supervisa el enganche de las cajas al tractor. Foto: Diana Bletter

Para cambiar la rutina y ver a mi esposo en acción, un día decidí llevarlo al trabajo.  para.
Me asombré por su energía, ética de trabajo y cuidado por los demás trabajadores.

Ese día q estaba preocupado porque uno de sus compañeros de trabajo, Monib (“solo Monib”, dijo, cuando le pregunté) no trajo el desayuno. Así fue como mi esposo le preparó café turco con cardamomo, mientras que Ali Majdoub, otro trabajador, le hizo un sándwich de aguacate en pita integral casera.

“La madre de otro trabajador, Aiman ​​Khalaf Alla (27) años, se despierta quién sabe a qué hora para preparar café para todos pero está enferma e internada en el hospital”, me explicó Kuritsky.

En una mesa de picnic cercana, los cuatro trabajadores tailandeses comían platos caseros tradicionales que habían llevado en canastas tejidas.

Trabajadores tailandeses en los huertos de aguacates toman un descanso para desayunar. Foto: Diana Bletter

Oro Verde

Salvo por un intervalo de algunos años, desde que se mudó a Shavei Zion desde EEUU en 1975 Kuritsky siempre trabajó en agricultura

En ese entonces había cultivos de campo de maíz, cebollas y papas que con el tiempo dieron paso a los aguacates conocidos como “oro verde” por su atractivo internacional.

Y Shavei Zion cultiva 10 variedades de aguacates.

“¿Cómo era trabajar en los campos en esa época?”, le pregunté mientras pasábamos junto a una pequeña casa de pájaros blanca instalada en un poste. Era un hogar para lechuzas que forman parte del Proyecto Nacional de Lechuzas de Graneros de Israel.

Las lechuzas son una forma natural de control de plagas en los campos agrícolas. Foto: Diana Bletter

“Tenía 23 años y estaba en buena forma. No tenía que usar una camisa, nadie sabía nada sobre el cáncer de piel, y no necesitaba mucho para sobrevivir. El sistema de riego del campo no estaba computarizado así que hicimos todo a mano. Amaba abrir el agua y correr por los aspersores”, relató comenzó Kuritsky.

Hoy, el 90 por ciento de las plantaciones de aguacate son regadas con aguas residuales tratadas con un sistema de riego por goteo computarizado.

“Israel es el número uno en el mundo en el uso de aguas residuales tratadas para la agricultura”, me explicó dijo Nimrod Wolf, administrador de la arboleda, mientras conducíamos en su camioneta.

A la izquierda, Nimrod Wolf, administrador de la arboleda, junto al trabajador Ali Madjoub en los huertos de aguacates de Shavei Zion. Foto: Diana Bletter

El sol brillaba después de la fuerte lluvia de la noche anterior. Durante la sequía de la década de 1990, los agricultores israelíes recurrieron al tratamiento de aguas residuales ya que estaban desesperados.

“Lo usando desde hace unos 30 años”, reconoció Wolf.

Condiciones desafiantes

Cuando llegó el momento de desayunar, me dirigí hacia el cobertizo de trabajo con Majdoub. Con 62 años y cinco meses -según me dijo- ha trabajado en los huertos de aguacates durante la mayor parte de su vida adulta.

“Cuando era más joven actuaba como cantante en fiestas de bodas pero cuando me volví religioso tuve que elegir entre esto o aquello”, remarcó.
Cada mañana antes de conducir al trabajo, el hombre reza en su casa en Sheik Danoun, un pueblo cercano a la plantación. “Las oraciones de la mañana son lo más importante del mundo”, dijo.

Cuando llega Majdoub, las arboledas aún están oscuras porque no hay luz. La única que se enciende proviene del faro de Kuritsky, que está en el cobertizo de trabajo hirviendo agua para el té en una pequeña estufa de gas.

Wolf dijo entonces que esperaban instalar paneles solares para suministrar energía. “Estamos tratando de hacer que las plantaciones de aguacate sean lo más sustentables posible”, afirmó.

Pero hasta que eso ocurra, Dov Ben-Ami (46) que administra el riego y la fertilización en las arboledas, cree que todo es un gran desafío. “Tenemos el barro, el viento, el calor y el frío y no tenemos electricidad”, describió.

Ben-Ami creció en una granja familiar en el Valle del Jordán donde se cultivaba vegetales y flores. A principios de la década de 2000, su familia cambió hacia el cultivo de dátiles Medjoul aunque sus dos hermanos aún administran su granja.

El día que visité la huerta, los trabajadores recolectaban aguacates Gem para exportarlos a Inglaterra y Francia. Cerca del 80 por ciento del “oro verde” de Shavei Zion es exportado y tarda hasta dos semanas en llegar a Europa.

Esta caja de aguacates se dirige a los mercados europeos. Foto: Diana Bletter

Hacer lo que se ama

Kuritsky trabaja desde las cinco hasta a las diez de la mañana, cinco días a la semana. “Me encanta un retoño desde que se plantó hasta luego poder comer su fruto en los años siguientes”, reconoció.

A veces, cuando hay demasiado viento, mi esposo fumiga por la noche.
Una vez, recordó, mientras trabajaba en un turno largo y oscuro arriba de un tractor abierto miró hacia el este y de repente vio la punta del sol saliendo por encima de las colinas. “Recuerdo pararme en mi tractor y decir: ‘¡Sí!’”, dijo con emoción.

En invierno, Kuritsky usa al menos siete capas de ropa pero siempre viste pantalones cortos. Luego llega a casa lleno de barro.
En el verano, está lleno de sudor. Y a veces se queja pero no tiene intención de jubilarse.

Jonny Kuritsky usa pantalones cortos para trabajar todo el año. Foto: Diana Bletter

“Es como quitarle la vida a alguien. Me encanta trabajar Y todavía tengo tiempo para volverte loco a ti y a todos los demás”, me aseguró.

Esto, según dijo, tal vez sea porque perdió a sus padres a una edad temprana.
Su madre murió cuando él tenía 16 años y su padre partió tres años después.

“Quizás cuando te obligan a trabajar para llevar comida a la mesa uno se acostumbra. Me encanta trabajar con gente joven, me hace sentir bien. Soy parte de un grupo en el que nos reímos mucho”, manifestó.

Con los años, Kuritsky se acercó a los otros trabajadores y hoy todos comparten celebraciones familiares y cumpleaños.
Hoy todos esperan con ansias la boda de Khalaf Alla en julio de este año.

“Siento que hasta ahora fui bendecido con buena salud, excelentes compañeros de trabajo, un gran jefe y lo que más me gusta en la vida, estar al aire libre. ¡Puedo hacer todo esto e incluso recibo un sueldo!”, exclamó.