Kelvin Ombongi (27) está sentado en un aula en el sureste de Israel lejos de su Kenia natal.

Desde 2019 estudia métodos agrícolas israelíes avanzados que espera convertir en una carrera en agricultura urbana en su país. Y lo hace en el Centro Internacional de Capacitación Agrícola de la Aravá (AICAT) en Sapir.

Ombongi le dijo a los periodistas que visitan AICAT que los graduados aparecen en los medios de Kenia y son buscados por los empleadores.

“Además del conocimiento, lo que realmente ofrece el programa es cambiar nuestra mentalidad. “Para cuando regresemos a casa habremos aprendido el arte de comenzar algo pequeño y construirlo hasta su finalización, y no rendirnos en el camino”, afirmó el keniata a los visitantes que concurrieron al centro con delegados del Fondo Nacional Judío de EEUU, uno de los patrocinadores de la iniciativa educativa

Para este estudiante, lo que ocurre en AICAT no es solo educación sino también la creación de líderes.

Sus palabras espontáneas dibujan una cálida sonrisa en el rostro de Hanni Arnon, directora de AICAT y educadora que fundó el centro en 1994 con socios como los ministerios de Relaciones Exteriores y Agricultura de Israel.

Arnon y su esposo habían creado una exitosa granja en la Aravá, una franja del desierto del Néguev que se extiende desde el Mar Muerto hasta Eilat.

Su idea era utilizar su experiencia agrícola y educativa para brindarles herramienta a personas de países en desarrollo para que pudieran mejorar sus vidas.

El Centro Internacional para Capacitación Agrícola de la Aravá en Sapir en el sur de Israel. Foto: Abigail Leichman

“Son estudiantes de países donde la principal fuente de ingresos es la agricultura. Pero es agricultura tradicional. En general, cuando les preguntamos qué cultivan, contestan arroz. ¿Por qué? Porque su padre lo hacía y también el padre de su padre y así. Es así que traemos a estos jóvenes al desierto israelí y les damos cursos teóricos y prácticos en agricultura. Es algo totalmente diferente a lo que han vivido en Tailandia, Fiji o Vanuatu”, explicó Arnon, que vestía un collar floral en honor al año nuevo tailandés.

Hanni Arnon, directora de AICAT, de visita a una clase en la que estudiantes de Kenia, Gambia y Cabo Verde aprenden métodos sustentables de protección de plantas. A la izquierda contra la pared, los graduados Gideon Kirui y Kelvin Ombongi están. Foto: Abigail Leichman

Arnon indicó que los alumnos no reciben una receta de cómo cultivar yuca o arroz, porque no saben cómo hacerlo. Y que “la agricultura es la agricultura”.

Volver con nuevas habilidades

Los asistentes pueden optar por una diplomatura de diez meses para estudiantes universitarios, un programa de maestría de 18 meses en ciencias de las plantas en cooperación con la Universidad de Tel Aviv o cursos cortos en estudios agrícolas avanzados. También aprenden habilidades de gestión de agronegocios.

Todos los cursos son impartidos por residentes de la Aravá, lo que significa que AICAT es una fuente de sustento para unas 80 personas en la región desértica.
Las clases se imparten en inglés y los líderes de grupo traducen para los estudiantes que no hablan con fluidez.

El centro AICAT no es un programa de caridad sino que los alumnos viven en comunidades agrícolas locales y pagan la matrícula con el dinero que ganan al obtener experiencia laboral práctica en esas granjas.

Cuando comenzó el centro contaba con 500 estudiantes por año. Hoy AICAT capacita anualmente a 1.200 personas.

Cerca de 20.000 alumnos llegaron de Camboya, Timor Oriental, Etiopía, Indonesia, Jordania, Kenia, Laos, Myanmar, Nepal, Nigeria, Filipinas, Ruanda, Sudán del Sur, Tailandia, Uganda y Vietnam.

“Cooperamos con países con los que Israel no tiene vínculos diplomáticos, como Indonesia”, indicó Arnon. Y recordó que algunos estudiantes indonesios quedaron tan impresionados con las comunidades agrícolas cooperativas israelíes que fundaron una en su país donde cultivan melones amargos (Momordica) con el uso de sistemas de riego israelíes y semillas desarrolladas en el Centro de Investigación y Desarrollo de la Aravá.

Maayan Kitron, del Centro de Investigación y Desarrollo de la Aravá, sostiene un melón amargo (Momordica). Foto: Laura Ben-David

Arnon explicó que AICAT les da becas a sus graduados y luego ven cómo ellos cambian el foco de la agricultura local en sus países de origen.

Un estudiante de Camboya usó la subvención para comprar una máquina secadora de arroz para su aldea con la idea de que los agricultores puedan almacenarlo y venderlo cuando la demanda sea alta.
Antes solo podían vender arroz recién cosechado en pequeñas cantidades y no ganaban mucho dinero.

“Después de medio año, nos envió una foto del secado del arroz en la máquina y pudimos ver cómo lo ayudó nuestra subvención. Es sorprendente cómo un pequeño paso puede conducir a un gran cambio”, contó Arnon.

Un hogar lejos del hogar

Tras 28 años de trabajo, Arnon conoce bien la amplia variedad de costumbres y culturas representadas en el campus de AICAT y entiende que los estudiantes visiten sitios religiosos sagrados para sus creencias.
Una vez al año, los alumnos hacen actuaciones que muestran sus herencias culturales.

“Se vuelven parte de nuestra familia. En 2015 tuvimos estudiantes de Nepal, y después del terrible terremoto sus padres les dijeron que no volvieran a casa cuando terminara el curso porque allí era un desastre. Así fue como los dejamos quedarse un año más”, manifestó la directora de AICAT.

Durante ese segundo año, los estudiantes nepaleses desarrollaron planes para fundar  una granja cooperativa al estilo israelí en Nepal. “Regresaron a sus casas no como pequeños agricultores sino como empresarios”, explicó Arnon, que enfatizó en que los graduados pueden ganar un salario más alto en sus países debido al conocimiento adquirido.

Gideon Kirui, graduado de AICAT que hoy se desempeña como líder de grupo para estudiantes de Kenia, le dijo a ISRAEL21c en Español que lo que los alumnos consiguen allí “es muy valioso y cuando regresan a Kenia, todos los quieren. Tenemos 47 condados y cada uno quiere recursos humanos. Algunos les dan tierra y agua a los agricultores, y otros proporcionan financiación a través de bancos privados”.

Sembrar buenas semillas

En un aula, los estudiantes tailandeses intercambiaron ideas de negocios con Eyal Policar, profesor titular de AICAT y  fundador del productor local de cannabis medicinal Cannarava.

“Este es un programa de doble diploma porque comienzan a estudiar en la universidad en Tailandia y luego les brindamos diez meses de clases aquí. Después sigue un semestre en su país y finalmente obtienen sus diplomas”, manifestó Policar.

A partir de una pizarra llena de sugerencias, sus alumnos decidieron desarrollar un lápiz labial a partir de cera de panales, un repelente de mosquitos de citronela y perfume de jazmín.

Una pizarra en AICAT llena de ideas para artículos comerciales que podrían fabricarse con productos agrícolas. Foto: Abigail Leichman

Arnon expresó que los estudiantes están asombrados de cómo Israel convirtió el desierto en una próspera zona agrícola que abastece a los mercados nacionales y de exportación.

“Ven que aunque no tenemos ningún recurso natural allí hacemos lo imposible por hacer florecer el desierto. Y dicen: ‘En mi país tenemos buena agua y buena tierra, entonces, ¿por qué somos pobres?’ Y consiguen una nueva inspiración y el espíritu para volver a sus hogares y transformar. Aprenden a hacer preguntas y a encontrar soluciones a sus desafíos”, dijo la docente.
Y añadió que vuelven a sus países como embajadores informales de Israel, sembrando lo que ella llama “buenas semillas” para un futuro más pacífico y próspero.