Cuando la crisis del COVID-19 llegó a Israel, el sur de Tel Aviv era un área prohibida por temor a la cantidad de casos que se detectaron en la zona.

Sin embargo, para la mayoría de los israelíes ese sector de la ciudad ya era “marginal”, en gran parte debido a la comunidad africana de demandantes de asilo que allí residen.

“Afuera, la gente les teme a los negros, a los africanos y a los solicitantes de asilo. Pero si vienen y nos hablan y ven lo que hacemos, se tranquilizan. Después van a la estación de autobuses y no temen más. Algo cambia en su mente y creo que eso es muy importante”, afirmó Asmeret Haray, una de las más de 220 demandantes de asilo del sur de Tel Aviv que participan en el colectivo de mujeres Kuchinate.

Este emprendimiento social les ofrece trabajo, ingresos, ser miembros de una comunidad empoderadora y la posibilidad de contar con marco terapéutico, pero además también sirve como un puente entre ellas y los israelíes en general ya que ayuda a cambiar las percepciones y a desafiar los prejuicios.

Creada en 2010, la organización Kuchinate (“crochet” en lengua tigriña) nació a raíz de un proyecto piloto para brindar terapia a mujeres africanas que sufrían traumas en su viaje a través del desierto del Sinaí hacia Israel. “Me pidieron que me uniera a un proyecto con el Centro de Desarrollo de Refugiados Africanos para dar terapia a mujeres que habían pasado por el Sinaí y que estaban en un estado de supervivencia”, contó la psicóloga clínico Diddy Mymin Kahn, cofundadora y directora de Kuchinate.

La doctora Diddy Mymin Kahn y la hermana Azezet Habtezghi, codirectores de Kuchinate. Foto cortesía

Pero había un problema: la terapia occidental tradicional les era ajena a las mujeres, que llegaban a Israel principalmente desde Eritrea, Sudán del Sur y Darfur. “Allí no dan ese tipo de asistencia”, explicó Kahn.

En ese contexto, la psicóloga comenzó a buscar un marco de rehabilitación que generase ingresos y que fuera terapéutico. Así fue como se le ocurrió la idea de un colectivo que reuniera a las mujeres y las ayudase a ganarse la vida.

“Todo lo referido a la comunidad y las labores que plantea Kuchinate son acciones terapéuticas. Las obras de arte y la artesanía son muy muy útiles para el bienestar general y la salud mental”, describió Kahn.

Mujeres tejen en el colectivo de arte de Kuchinate en el sur de Tel Aviv. Foto: Miriam Alster/Flash90

Si bien al principio las mujeres participantes crearon artículos como llaveros y kipot (gorro con el que los hombres judíos se cubren la cabeza), Kahn y la codirectora Azezet Habtezghi Kidane, decidieron ir más allá y eligieron la producción de objetos orientados al diseño. Lo primero fueron unas cestas de crochet muy atractivas.

Hoy, Kuchinate ahora crea cestas, taburetes, cuadernos y, más recientemente, máscaras de colores anti COVID-19.

Alojamiento y conexión

Cuando la pandemia no existía, la ONG también recibía a grupos de jóvenes como Birthright y trabajadores de alta tecnología para ceremonias tradicionales de café, comidas y lecciones de crochet, y la exposición de las historias de vida y el trabajo de las solicitantes de asilo.

Para Kahn, ser anfitrión de grupos es en sí misma una experiencia de empoderamiento para las mujeres que, a menudo, sufren de racismo y xenofobia en su vida cotidiana. “Ya no eres un refugiado transparente en la calle. Están aprendiendo sobre ti y descubren tu comida y tu cultura. En ese sentido, hay una respuesta muy positiva de todos los que han estado aquí, con mucha movilización interna”, dijo la psicóloga.

Otro aspecto de Kuchinate son sus colaboraciones con diferentes artistas y que se exhiben en galerías y museos de Israel y el mundo. “Gran parte de nuestro arte se trata de abrir mentes, de tratar de que la gente enfatice y sea compasiva con la difícil situación de los solicitantes de asilo. La historia de Kuchinate no es tan diferente de nuestra historia colectiva como judíos, todos fuimos refugiados alguna vez”, sintetizó Kahn.

Algo para pensar

Kuchinate les paga a las mujeres por su trabajo y, con el tiempo, algunas de ellas fueron empleadas como directoras.

Una de ellas es Haray, que se sumó a Kuchinate hace más de dos años y en la actualidad supervisa el horario de trabajo.
La mujer llegó a Israel hace ocho años y desde entonces se ha convertido en madre de dos niñas.

Para ella, Kuchinate les da a las mujeres solicitantes de asilo un sentido de comunidad y las aleja de sufrir una experiencia solitaria. “Para una mujer, es muy difícil vivir en Israel. En Kuchinate hay muchas chicas que la pasan complicado. Pero también es bueno para ellas saber que otras también enfrentan los mismos problemas“, aseguró Haray.

Aprender nuevas habilidades y tener oportunidades es otro de los beneficios de Kuchinate. “No me quedo sentada allí como lo hacía antes. No sólo es trabajar e irme a casa. Aquí nos dan algo en qué pensar, nos ponen a trabajar la cabeza también”, reconoció la mujer.

La entrenadora de Kuchinate Abrehet Gebrezgbher. Foto: Miriam Alster

Abrehet Gebrezgbher, una entrenadora de Kuchinate, está de acuerdo con Haray: “Para mí, el lugar es muy lindo porque es como estar en casa. Allí somos muchas chicas”.

Gebrezgbher llegó a Israel en 2012. Está casada y tiene dos hijos. Se unió a Kuchinate en 2018 y cree que el colectivo tiene un impacto significativo en las relaciones con los israelíes. “Mucha gente ya nos conoce. Y cuando compran nuestros productos nos ayudan mucho “, destacó la mujer.

Por las restricciones del coronavirus, las visitas al taller se detuvieron y lo mismo ocurrió con las actividades sociales de las mujeres. Antes del COVID-19, muchas de ellas ya trabajaban desde sus casas mientras sus hijos dormían.
Con el correr de los días, las mujeres volvieron a Kuchinate a recoger materiales, pasar un rato, comer algo o aprender nuevas habilidades.

Mujeres trabajan y socializan en Kuchinate. Foto: Miriam Alster/FLASH90

La crisis del coronavirus también frenó la llegada de fondos. Previo a la pandemia, la mitad de los ingresos provenían de ventas y la otra mitad de donaciones de comisiones de la ONU, organizaciones cristianas en Europa y dádivas privadas.

Kahn dijo que el COVID-19 le generó muchas necesidades, porque nunca es suficiente lo que se puede hacer. “Tenemos mucha presión para crear más puestos de trabajo y  para pagar más dinero pero hoy estamos tratando de adaptarnos y encontrar formas de generar ingresos dados los tiempos y la situación“, desarrolló.

Estos adaptaciones incluyen crear máscaras faciales, vender a través de una tienda emergente del norte de Tel Aviv y enfocarse en la tienda en línea de Kuchinate, así como entregar máquinas de coser a las mujeres para que trabajen desde sus hogares.

“Nuestro objetivo es seguir desarrollándonos siempre. Así, continuaremos buscando ver qué podemos hacer para generar más dinero y para enseñar habilidades para la vida a las mujeres”, finalizó la responsable de la organización.

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