Es errado pensar que el estudio de artista de Nirit Takele está salpicado de pinturas al estilo de Jackson Pollock: el espacio está ordenado, hay toques de colores en pequeños pedazos de papel colgados en la pared como notas adhesivas y montones de pinturas acrílicas alineadas según el color como si fueran arcoíris verticales ordenados.

Takele, que dice tener 37 o 38 años -“Tengo que comprobarlo. ¡Después de cumplir los 30, a veces me confundo!”, dijo entre risas- es una artista etíope-israelí que crea pinturas emotivas y vívidas que dan ganas de seguir mirándolas siempre.

Durante la visita de ISRAEL21c en Español a su estudio, la cronista notó una canasta tejida típica de Etiopía.
La artista explicó que la usa para hacer injera, un pan etíope fermentado. “Si tengo tiempo, algo que no ocurre casi nunca”, remarcó.
Ese pan injera tarda tres días en desarrollar su acidez especial pero cuando Takele lo come dice sentirse más sana.

La historia de cómo ella y su familia llegaron a Israel suena como una fusión de cuento popular, viaje agotador y sueño.

“Caminamos durante cuatro días. Venimos de un pequeño pueblo, Kunzila, en el noroeste de Etiopía. Yo tenía unos cinco años. No recuerdo nada excepto un río. A veces pensaba en un bote en el río pero pensé que era un sueño. Cuando le pregunté a mis padres, me dijeron que era real. Tuvimos que tomar un bote a motor como parte de nuestro viaje a Israel en 1991”, contó Takele.

Esto ocurrió durante la Operación Salomón cuando más de 14.000 judíos etíopes fueron transportados por aire a Israel en 36 horas. Entre ellos iban Takele, sus padres y tres hermanos. Luego, ya en el país, nacieron otros tres.

Tekele recordó haber llorado durante una de sus primeras comidas en un hotel de Jerusalén donde se hospedaron con otros inmigrantes. “Todo en la comida era blanco. Los platos, los huevos duros, el queso. Faltaba el color. Y ahí fue cuando lloré”, revivió.

Su padre encontró trabajo en la construcción y su madre se hizo cargo de su casa en Rehovot, donde finalmente se establecieron.

En la escuela primaria Takele obtuvo buenas calificaciones y fue elegido para ir a un internado. Allí, pegó dibujos en la pared de la escuela.

Siempre le gustó dibujar, y como carrera eligió arte y comunicación.

Su atención se centró en la historia del arte, no en las artes prácticas pero fue allí donde conoció a Miguel Ángel.
Una de las pocas obras de arte en su estudio es una copia de la “Creación de Adán” de Miguel Ángel con las manos extendidas.

Las pinturas de Nirit Takele dan ganas de mirarlas para siempre. Foto: Diana Bletter

“Quería pintar”

Luego de graduarse, Takele sirvió en el ejército y más tarde consiguió un trabajo en una fábrica en turnos de 12 horas. “Sentí que había perdido mi alma”, reveló.

Con el tiempo comenzó a tomar lecciones semanales con un profesor de arte para aprender los conceptos básicos. “Necesitaba aprender todo. Ni siquiera sabía qué era la pintura al óleo”, reconoció.

Mientras trataba de averiguar dónde estudiar, se enteró de la existencia de la facultad de ingeniería y diseño Shenkar en Ramat Gan.

“No pensé en mi futuro. Todo en lo que pensaba era en el presente y que quería pintar”, recordó.

Luego fueron cuatro años de “supervivencia”, estudiando durante el día y trabajando por la noche como cajera en un supermercado para pagar los materiales de arte y el alquiler.

Como la trementina le daba dolor de cabeza, pasó de las pinturas al óleo a las acrílicas, que son, según dijo, más adecuadas para su estilo.

Pinturas acrílicas cuidadosamente apiladas en el estudio de arte de Nirit Takele. Foto: Diana Bletter

A pesar de su horario complicado, Takele recibió un premio a la excelencia académica. Cuando sus pinturas se incluyeron en las exhibiciones de los estudiantes, su obra comenzó a llamar la atención.

En 2017 recibió el premio Artista Joven del Ministerio de Cultura y Deportes de Israel, así como el Under the Hammer de Sotheby’s durante la feria de arte anual Fresh Paint en Tel Aviv.

Desde entonces, el Museo de Arte de Tel Aviv, el Museo de Israel y varias galerías han recogido su trabajo.

Sobre su obra, Suzanne Landau, expresidenta del Museo de Arte de Tel Aviv y curadora en jefe del Museo de Israel en Jerusalén, expresó: “Las audaces figuras escultóricas a gran escala y heroicas de piel oscura de Takele dominan no solo sus lienzos sino también el espacio circundante”.

Landau eligió a Takele como a uno de los 15 artistas contemporáneos internacionales expuestos en su nueva galería de arte de Tel Aviv Nissama Landau.

En la actualidad ya hay una lista de espera para adquirir las pinturas de Takele, que también se expusieron en Londres, Addis Abeba y Nueva York.

Sin embargo, la joven creadora continúa trabajando a su propio ritmo, pintando furiosamente durante unos meses, trabajando hasta 16 horas al día y luego tomándose unas semanas libres para descansar y “liberar mi mente”.

Takele trabaja para sí misma, en su propio horario. “Me siento muy agradecida. Ganarse la vida es un desafío para los artistas, especialmente para los israelíes. Yo me siento muy privilegiada”, indicó.

El color de la piel

Takele pinta desde su imaginación, contando su propia historia o relatos que se han transmitido de generación en generación.
Ella siente que sus pinturas sirven como un medio para comunicar cómo es su comunidad en Israel.

Uno de los momentos más cruciales para ella fue sentarse en una de sus clases sobre arte europeo y tomar conciencia del tema.

“Hay una persona de piel clara al frente y al centro, y luego una figura de piel oscura en el fondo, a veces un sirviente”, dijo.

Antes de eso, nunca había tenido problemas con el color de su piel. “No estaba en mi mente. Nunca tuve situaciones en las que tuve que defenderme”, manifestó.

En la escuela de arte ella era la única persona de piel oscura en su año. A veces, era la única de toda la escuela.
Sin embargo, era consciente de que se estaba viendo a sí misma “sola en el fondo”. “Me hizo sentirme no representada. Quería hacer algo para corregirlo”, remarcó.

Antes de eso, el estilo de Takele era pop-art y pintaba caras coloridas. La realidad del color de la piel no era importante pero de repente le prestó más atención a eso.
En su serie reciente se centró en los hombres: sus rasgos faciales específicos no son tan importantes como la composición, el movimiento y los cuerpos.

“Fue durante la pandemia. Los hombres en mis pinturas no mantienen la distancia”, dijo.

Las figuras recuerdan a los bailarines de Matisse, solo que están entrelazadas en lo que ella llamó “ballet y balagan”, la palabra hebrea para definir el caos.

El fondo está vacío porque Takele quiere que el espectador se concentre en las figuras. Ni siquiera firma su nombre para distraer (lo hace en el reverso del lienzo).
La artista su nombre hebreo Nirit pero su nombre etíope Tegaye todavía forma parte de quién es ella.

Cuando estuvo en Etiopía para un programa de residencia de dos meses con Addis Fine Arts en Addis Abeba, Takele volvió a su pueblo natal e inicialmente no sintió ninguna conexión.

Pero luego conoció a alguien que resultó ser un amigo de la infancia de su tío. “Él sabía los nombres de mi familia y de repente me sentí diferente. Ahora pienso en lo maravilloso que es que un extraño me diera mi conexión con el lugar”, expresó.

Uno de los cuadros colgados en una pared de su estudio fue encargado para el nuevo edificio de la Casa de las Artes Judías de Etiopía en Beersheva.
Un arco en el fondo enfatiza las ventanas del edificio. Es como ver a través de la ventana y notar a artistas etíopes trabajando en alfarería, tejido y cestería.

La pintura de Takele es audaz, vívida y viva, y ofrece un recuerdo de lo que una vez fue en el pasado y, al mismo tiempo, lo preserva para el futuro.

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